Ciencia y Religión
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Maimónides - La ciencia de Dios es una, eterna e invariable

DIOS Y LA CIENCIA - ENSEÑANZAS PARA LOS PERPLEJOS DEL MEDIOEVO (Y DEL 3er.MILENIO)
Si la ciencia divina presenta a nuestra inteligencia problemas que nos parecen insolubles, es porque su naturaleza es incomprensible para nosotros. Nuestra ciencia y la divina sólo tienen de común el nombre.

"Una cosa sobre la que hay acuerdo es que a Dios no puede sobrevenirle ninguna ciencia nueva, de manera que sepa ahora lo que no ha sabido antes. Tampoco puede, y esto aun para los que admiten los atributos, poseer ciencias múltiples y numerosas.
Demostrado esto, nosotros, adictos a la Ley, decimos que por medio de una ciencia única conoce las cosas múltiples y numerosas y que, en relación con Dios, la diversidad de las cosas sabidas no implica variedad de ciencias, como sucede en relación con nosotros.

La GUIA DE LOS PERPLEJOS escrita por Maimonides hacia el año 1190, fue su tercera gran obra, y su objetivo esclarecer uno de los problemas esenciales de su época: el conflicto entre la razón y la fé. Fue dedicada a su discipulo favorito Yosef ibn Aknin en sucesivas entregas, y destinada también a todos quienes dudaban y estaban perplejos por las aparentes contradicciones entre la verdad filosófica y la fé religiosa.
Igualmente, decimos que todas esas cosas recientemente sobrevenidas, Dios las sabía antes de que existieran y las ha sabido desde la eternidad. [...] de esta creencia se seguiría que la ciencia [divina] tiene por objeto aun las cosas que no existen y que abarca lo infinito. Y es esto, justamente, lo que creemos.

[...] La ciencia de Dios solamente no puede tener por objeto lo que no exista nunca, el no ser absoluto, así como nuestra ciencia no puede tener por objeto lo que para nosotros carece de existencia. [...] en cierto sentido, la ciencia divina se aplica a la especie y se extiende sobre todos los individuos de la especie.
Sin embargo, los filósofos han sostenido de una manera absoluta que la ciencia divina no puede tener por objeto el no ser y que ninguna ciencia puede abarcar lo infinito. [...] (además) aun cuando no conociese más que las cosas estables, su ciencia sería múltiple; pues la multitud de cosas sabidas implica la multiplicidad de ciencias, suponiendo cada cosa sabida una ciencia especial. Por consiguiente, [concluían], sólo conoce su propia esencia.
[...] Por mi parte, pienso que la causa de todos estos obstáculos se halla en que se ha establecido una relación entre nuestra ciencia y la de Dios, de modo que cada partido, al considerar todo lo que es imposible para nuestra ciencia, ha imaginado que sucede necesariamente lo mismo con la ciencia divina o, al menos, ha encontrado dificultades concernientes a ella.

En resumen, acerca de este punto es necesario censurar a los filósofos más que a todo otro partido, pues son ellos los que han demostrado que en la esencia de Dios no hay multiplicidad, que Dios no tiene atributos fuera de su esencia y que, al contrario, su ciencia y su esencia son una sola y misma cosa.
Son ellos los que han demostrado que nuestras inteligencias son incapaces de captar su esencia en toda su realidad, como los hemos expuesto. ¿Cómo pueden, entonces, tener la pretensión de comprender su ciencia si ella nada es fuera de su esencia?. Cuando decimos que nuestras inteligencias son incapaces de comprender su esencia, ¿no decimos, por lo mismo, que son incapaces de comprender cómo [conoce] las cosas?  
En efecto este conocimiento no es de la misma especie que el nuestro, y no podemos juzgarlo por analogía. Es, al contrario, algo totalmente diferente. Así como hay allí una esencia, de una existencia necesaria, esencia de la cual, según opinión de los filósofos, han emanado todos los seres por necesidad, o que, según nuestra opinión, ha producido de la nada todo lo que se encuentra fuera de ella, igualmente, decimos, esta esencia percibe todo lo que se halla fuera de ella, y nada de lo que existe le es desconocido. Pero no hay nada de común entre nuestra ciencia y la suya, como no hay, tampoco, nada de común entre nuestra esencia y la suya. Es la homonimia de la palabra ciencia la que ha dado lugar al error. En efecto, sólo hay comunidad de nombres, mientras que para el sentido real hay completa diversidad. Eso es, pues, lo que ha conducido al absurdo, porque se ha imaginado que todo lo que concierne a nuestra ciencia, concierne también a la de Dios.

Lo que, para mí, se deduce igualmente de los textos de la Ley es que, cuando Dios sabe que un ser posible cualquiera existirá, ello no hace salir ese ser posible de la naturaleza de lo posible. Al contrario, conserva esta naturaleza; el conocimiento [anticipado] de lo que de entre las cosas posibles nacerá, no exige necesariamente que se realice de una de las dos manera posibles. [...] Todo lo que la legislación sagrada ordena y prohibe, supone este principio: la presciencia divina no hace salir lo posible de su naturaleza. Mas para nuestras débiles inteligencias esto es algo muy difícil de comprender

[...] Observa ahora en cuántos puntos, según los adictos a la Ley, difiere la ciencia de Dios de la nuestra:
1) En que, siendo una, abarca una multitud de objetos de diferente especie. 2) En que se aplica a lo que no existe todavía. 3) En que se aplica a lo infinito. 4) En que no sufre cambio alguno por la percepción de las cosas recientemente sobrevenidas; y, sin embargo, podría parecer que saber que una cosa existirá, no es lo mismo que saber que ella ya existe, pues se agregaría, en este último caso, una circunstancia más: lo que se hallaba en potencia habría pasado al acto. 5) En que, según la opinión de nuestra Ley, la presciencia divina no opta por uno de los dos casos posibles, a pesar de que Dios sabe de manera precisa cuál de los dos casos se realizará.   [...] ¿Hay aquí otra cosa que no sea una simple comunidad de nombres? Pero evidentemente, según nuestra opinión, por la que afirmamos que su ciencia no es algo agregado a su esencia, es necesario que haya entre su ciencia y la nuestra una diferencia fundamental, como la que existe entre la sustancia del cielo y la de la tierra.-

Es lo que los profetas han dicho también, claramente: "Mis pensamientos no son los vuestros, vuestros caminos no son los míos, dijo el Eterno; pues, así como los cielos se hallan por encima de la tierra, así mis caminos se hallan por encima de vuestros caminos y mis pensamientos por encima de vuestros pensamientos" (Isaías, LV:8-9).

He aquí cómo sintetizo mi pensamiento: así como, sin comprender la verdadera esencia de Dios, sabemos, sin embargo, que su ser es el ser más perfecto, que no se halla de ninguna manera afectado de imperfección ni de cambio ni de pasión, así, sin comprender lo que su ciencia es en realidad, puesto que ella es su esencia, sabemos, sin embargo, que no puede o saber o ignorar. Quiero decir, que no puede sobrevenirle ninguna ciencia nueva, que su ciencia no puede tener multiplicidad ni fin, que ninguna de las cosas existentes puede serle desconocida y que el conocimiento que tiene de estas cosas deja intacta la naturaleza de las mismas, conservando lo posible la naturaleza de posibilidad.
Si hay en el conjunto de estas proposiciones algunas que parecen contradecirse, es porque las juzgamos con nuestra ciencia, que no tiene nada de común con la ciencia de Dios, excepto el nombre. Igualmente, la palabra intención se aplica, por simple homonimia, a lo que nosotros tenemos en vista y a lo que se dice que Dios tiene en vista. Así, finalmente, la palabra Providencia se aplica, por homonimia, a lo que nos preocupa y a lo que, se dice, preocupa a Dios. Por lo tanto, la verdad es que la ciencia, la intención y la providencia atribuidas a nosotros no tienen el mismo sentido que cuando son atribuidas a Dios. Cuando se utilizan, pues, en un solo y mismo sentido las dos providencias, las dos ciencias o las dos intenciones, sobrevienen las dificultades y nacen las dudas de que hemos hablado. Mas, la verdad se torna clara cuando se sabe que todo lo que se nos atribuye difiere de lo que se atribuye a Dios. La diferencia que hay entre las cosas atribuidas a Dios y las mismas cosas atribuidas a nosotros, se ha enunciado claramente con estas palabras:
Vuestros caminos no son los míos, como lo hemos dicho anteriormente."


(Fragmentos de la siguiente fuente bibliográfica).
Libro:  Guía de los Perplejos - Maimonides (1190)
Edicion del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes - Mexico (1993)

NOTA: El subtitulado y los subrayados del fragmento no corresponden al autor.
Asociado a Libreria Santa Fe
Moisés Ben Maimón (Maimónides)
(1135-1204)
    Es considerado el mayor filosofo judio desde los tiempos biblicos. Nació en Cordoba (España) y falleció en El Cairo en donde fue medico personal del gran visir Saladino y jefe espiritual de la comunidad hebrea hasta su muerte. Escribio numerosos libros cientificos y tratados. Como filosofo destacan sus Comentarios a la Mishná (1168), La Repeticion de la ley (1180) y la Guia de los Perplejos (1190), reconocida hasta hoy como una de las obras de mayor trascendencia universal.


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